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martes, 28 de julio de 2020

LA OPORTUNIDAD DEL COVID 19

Cuenta el historiador Felipe Pigna que el mosquito Aedes Aegypti, vector que inició la epidemia de fiebre amarilla de 1871, llegó a Buenos Aires en un barco procedente de Asunción del Paraguay. Los innumerables charcos, pantanos y lodazales, como señal del déficit sanitario imperante, resultaron sitios ideales para su multiplicación vertiginosa. En aquel entonces, la ciudad tenía cerca de 200.000 habitantes
Si pudiésemos visualizar una foto de la época, apreciaríamos un Riachuelo funcionando como desagüe industrial de mataderos y saladeros, viviendas con pozos ciegos como sistema de saneamiento, el uso de aljibe como método de abastecimiento de agua para consumo domiciliario y con un inexistente tratamiento de residuos urbanos.
Como era de esperar, durante el brote de fiebre amarilla, los sectores más vulnerables fueron los más damnificados, particularmente los conventillos e inquilinatos en San Telmo y Monserrat. Por otro lado, aquellos que pudieron se fueron de la ciudad, incluyendo autoridades políticas como el presidente Sarmiento, su vicepresidente Alsina, jueces y legisladores lo que fue muy criticado en la época. En la ciudad atemorizada, imperaba la xenofobia y el racismo basados en el desconocimiento de los mecanismos de contagio de la peste
En este estado de situación, el golpe fue muy duro. Los hospitales colapsaron y hasta se habilitó un nuevo cementerio para disponer de los fallecidos. Traigo a colación la célebre anécdota ferroviaria del Ing. Moisés Costello, quien recordaba que para transportar a las víctimas de esta epidemia se realizó la ampliación del ferrocarril existente hasta la flamante necropólis. Este "tren de la muerte" como se lo conoció en la época, tenía como locomotora a la legendaria "Porteña". Finalmente, la cifra oficial de muertos fue de 13.614 de los cuales la mitad eran niños, es decir casi el 7% de la población.
Como sucede generalmente, después de eventos fatídicos de esta envergadura se comenzaron a delinear los proyectos de agua potable y saneamiento básico para una población futura de 400.000 habitantes, marcando el inicio de la actividad sanitarista en nuestro país.
COVID-19: UNA OPORTUNIDAD
La pandemia actual de Covid-19, al igual que la fiebre amarilla de antaño, nos interpela como sociedad. Son sucesos que nos obligan a dejar de lado lo que aparentamos ser, para mostrar lo que somos en realidad.
La obligada auto evaluación a la que nos somete este escenario es similar a la planteada ante cualquier evento catastrófico (natural o no), donde se atestigua el real funcionamiento y la relevancia de:
• Los servicios de salud
• Los sistemas de emergencia
• Los sistemas de gobernanza
• El estado de la infraestructura básica de servicios
Evidentemente, para que todos los actores involucrados durante la respuesta a la emergencia puedan poner su valioso esfuerzo para sobrellevar las consecuencias de esta clase de eventos masivos, deben contar con una adecuada infraestructura, que implica una participación directa de nuestra profesión, ya sea como planificador, como proyectista, constructor y/o posterior operador de la misma. En buen castellano, todo debe funcionar cuando se lo necesita. Pero, ¿nos hemos preparado oportunamente para este momento?
Es claro que no existe mejor manera de solucionar (o minimizar) un problema que anticiparse al mismo. Por este motivo, la mejor forma de prevención es invertir en ingeniería, en ciencia, en técnica, en investigación. Pensar la infraestructura necesaria para atender las demandas actuales de la sociedad resulta ineludible con el fin de mantener nuestro nivel de vida y mejorarlo. Luego, ante eventos catastróficos, morigerar sus efectos y seguir funcionando en todos los niveles bajo "modo emergencia".
En este tiempo de encierro y aislamiento, hemos apreciado el inmenso valor de los servicios básicos. Hablamos de salud, transporte, TICs, alimentación, producción, agua potable y saneamiento, energía, por nombrar algunas actividades que muchas personas asumían que están naturalmente a disposición cuando, en realidad, son fruto de un gigantesco proceso sostenido que involucra el valioso trabajo de investigación, estudio y aplicación práctica de numerosas personas en diversas disciplinas.
Así, con una sociedad completa en modo emergencia, se presenta ante nosotros esta pandemia como una valiosa oportunidad para mejorar. Se han cambiado a la fuerza muchas costumbres, hábitos y formas arraigadas en nuestra parte social y de salud. Es inminente el impacto económico que exigirá postergadas reformas tributarias, jubilatorias, fiscales y, sobre todo medidas necesarias para la reactivación de la matriz productiva acorde a los tiempos actuales. Es la gran oportunidad para dejar el habitual vicio del cortoplacismo y comenzar a pensar a futuro, en términos de planificación, con dirigentes por encima de las discusiones del momento y con visión superadora que trascienda mucho más allá de la apremiante actualidad. No solo hablamos de la clase política sino de actores locales comprometidos con su comunidad, con su provincia y con su país, que trabajen en instituciones (públicas y privadas) agiles, activas y con elevado sentido del deber y a la altura de las circunstancias.
Esta pandemia, al igual que otros eventos similares de la historia, ha exhibido nuevamente a la sociedad con claridad meridiana hacia donde debe centrarse la atención: debemos hacer lo que se debe y no lo que se quiere (léase el humor social como factor clave para un sinfín de decisiones de índole política).
En la segunda mitad del siglo XIX, la pujante ciudad de Buenos Aires crecía de la mano de su puerto a formidable velocidad. Se vislumbraba un futuro promisorio de crecimiento comercial, trabajo y desarrollo. Esa explosión demográfica no fue acompañada con infraestructura adecuada y se tradujo en devastadoras epidemias. Primeramente la de cólera, luego la de fiebre tifoidea y el golpe de gracia de fiebre amarilla, entre 1865 y 1871, postergaron todo ese endeble sueño de grandeza. Claramente, la imprevisión y una mirada cortoplacista en relación a políticas públicas han matado más gente que las pestes.
Podremos salir mejor o peor posicionados de esta coyuntura actual. Sin embargo, la mayor enseñanza de esta pandemia será nuestra obligación moral, y sobre todo profesional, de actuar con mayor determinación ante esta valiosa oportunidad histórica para la construcción de una sociedad mejorada post Covid-19, donde la prioridad de políticas públicas de largo plazo en ciencia, tecnología e ingeniería sean los estandartes de una comunidad que se interesa en una elevada calidad de vida con bases sólidas de desarrollo, planificación y sustentabilidad.
Referencias:
• Cómo fue la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires - Felipe Pigna Revista VIVA - 03.04.2020
• LA EPIDEMIA DE FIEBRE AMARILLA EN BUENOS AIRES - Federico Pérgola . Academia Nacional de Ciencias
• https://www.infobae.com/def/desarrollo/2020/03/28/la-fiebre-amarilla-una-epidemia-que-revelo-lo-peor-de-buenos-aires/