Cuenta el historiador Felipe
Pigna que el mosquito Aedes Aegypti, vector
que inició la epidemia de fiebre amarilla de 1871, llegó a Buenos Aires en un barco procedente
de Asunción del Paraguay. Los innumerables charcos, pantanos y lodazales, como
señal del déficit sanitario imperante, resultaron sitios ideales para su multiplicación
vertiginosa. En aquel entonces, la ciudad tenía cerca de 200.000 habitantes
Si pudiésemos visualizar una
foto de la época, apreciaríamos un Riachuelo funcionando como desagüe
industrial de mataderos y saladeros, viviendas con pozos ciegos como sistema de
saneamiento, el uso de aljibe como método de abastecimiento de agua para
consumo domiciliario y con un inexistente tratamiento de residuos urbanos.
Como era de esperar, durante
el brote de fiebre amarilla, los sectores más vulnerables fueron los más
damnificados, particularmente los conventillos e inquilinatos en San Telmo y
Monserrat. Por otro lado, aquellos que pudieron se fueron de la ciudad,
incluyendo autoridades políticas como el presidente Sarmiento, su
vicepresidente Alsina, jueces y legisladores lo que fue muy criticado en la
época. En la ciudad atemorizada, imperaba la xenofobia y el racismo basados en el
desconocimiento de los mecanismos de contagio de la peste
En este estado de situación,
el golpe fue muy duro. Los hospitales colapsaron y hasta se habilitó un nuevo
cementerio para disponer de los fallecidos. Traigo a colación la célebre
anécdota ferroviaria del Ing. Moisés Costello, quien recordaba que para
transportar a las víctimas de esta epidemia se realizó la ampliación del
ferrocarril existente hasta la flamante necropólis. Este "tren de la muerte"
como se lo conoció en la época, tenía como locomotora a la legendaria
"Porteña". Finalmente, la cifra oficial
de muertos fue de 13.614 de los cuales la mitad eran niños, es decir casi el 7%
de la población.
Como sucede generalmente,
después de eventos fatídicos de esta envergadura se comenzaron a delinear los
proyectos de agua potable y saneamiento básico para una población futura de
400.000 habitantes, marcando el inicio de la actividad sanitarista en nuestro
país.
COVID-19: UNA OPORTUNIDAD
La pandemia actual de
Covid-19, al igual que la fiebre amarilla de antaño, nos interpela como
sociedad. Son sucesos que nos obligan a dejar de lado lo que aparentamos ser,
para mostrar lo que somos en realidad.
La obligada auto evaluación
a la que nos somete este escenario es similar a la planteada ante cualquier
evento catastrófico (natural o no), donde se atestigua el real funcionamiento y
la relevancia de:
• Los
servicios de salud
• Los
sistemas de emergencia
• Los
sistemas de gobernanza
• El estado
de la infraestructura básica de servicios
Evidentemente, para que
todos los actores involucrados durante la respuesta a la emergencia puedan
poner su valioso esfuerzo para sobrellevar las consecuencias de esta clase de
eventos masivos, deben contar con una adecuada infraestructura, que implica una
participación directa de nuestra profesión, ya sea como planificador, como proyectista,
constructor y/o posterior operador de la misma.
En buen castellano, todo debe funcionar cuando se lo necesita. Pero,
¿nos hemos preparado oportunamente para este momento?
Es claro que no existe mejor
manera de solucionar (o minimizar) un problema que anticiparse al mismo. Por
este motivo, la mejor forma de prevención es invertir en ingeniería, en
ciencia, en técnica, en investigación. Pensar la infraestructura necesaria para
atender las demandas actuales de la sociedad resulta ineludible con el fin de
mantener nuestro nivel de vida y mejorarlo. Luego, ante eventos catastróficos,
morigerar sus efectos y seguir funcionando en todos los niveles bajo "modo
emergencia".
En este tiempo de encierro y
aislamiento, hemos apreciado el inmenso valor de los servicios básicos.
Hablamos de salud, transporte, TICs, alimentación, producción, agua potable y
saneamiento, energía, por nombrar algunas actividades que muchas personas asumían
que están naturalmente a disposición cuando, en realidad, son fruto de un
gigantesco proceso sostenido que involucra el valioso trabajo de investigación,
estudio y aplicación práctica de numerosas personas en diversas disciplinas.
Así, con una sociedad completa
en modo emergencia, se presenta ante nosotros esta pandemia como una valiosa
oportunidad para mejorar. Se han cambiado a la fuerza muchas costumbres,
hábitos y formas arraigadas en nuestra parte social y de salud. Es inminente el
impacto económico que exigirá postergadas reformas tributarias, jubilatorias,
fiscales y, sobre todo medidas necesarias para la reactivación de la matriz
productiva acorde a los tiempos actuales. Es la gran oportunidad para dejar el
habitual vicio del cortoplacismo y comenzar a pensar a futuro, en términos de planificación,
con dirigentes por encima de las discusiones del momento y con visión
superadora que trascienda mucho más allá de la apremiante actualidad. No solo hablamos
de la clase política sino de actores locales comprometidos con su comunidad,
con su provincia y con su país, que trabajen en instituciones (públicas y
privadas) agiles, activas y con elevado sentido del deber y a la altura de las
circunstancias.
Esta pandemia, al igual que
otros eventos similares de la historia, ha exhibido nuevamente a la sociedad
con claridad meridiana hacia donde debe centrarse la atención: debemos hacer lo que se debe y no lo que se
quiere (léase el humor social como factor clave para un sinfín de decisiones de
índole política).
En la segunda mitad del
siglo XIX, la pujante ciudad de Buenos Aires crecía de la mano de su puerto a formidable
velocidad. Se vislumbraba un futuro promisorio de crecimiento comercial,
trabajo y desarrollo. Esa explosión demográfica no fue acompañada con
infraestructura adecuada y se tradujo en devastadoras epidemias. Primeramente
la de cólera, luego la de fiebre tifoidea y el golpe de gracia de fiebre
amarilla, entre 1865 y 1871, postergaron todo ese endeble sueño de grandeza. Claramente, la imprevisión y una mirada
cortoplacista en relación a políticas públicas han matado más gente que las
pestes.
Podremos salir mejor o peor
posicionados de esta coyuntura actual. Sin embargo, la mayor enseñanza de esta
pandemia será nuestra obligación moral, y sobre todo profesional, de actuar con
mayor determinación ante esta valiosa oportunidad histórica para la construcción
de una sociedad mejorada post Covid-19,
donde la prioridad de políticas públicas de largo plazo en ciencia, tecnología
e ingeniería sean los estandartes de una comunidad que se interesa en una elevada
calidad de vida con bases sólidas de desarrollo, planificación y
sustentabilidad.
Referencias:
• Cómo fue la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires -
Felipe Pigna Revista VIVA - 03.04.2020
• LA EPIDEMIA DE FIEBRE AMARILLA EN BUENOS AIRES - Federico Pérgola
. Academia Nacional de Ciencias
• https://www.infobae.com/def/desarrollo/2020/03/28/la-fiebre-amarilla-una-epidemia-que-revelo-lo-peor-de-buenos-aires/